Ya está amaneciendo, cojo mis cosas rápidamente y
salgo corriendo de allí, debo alejarme cuánto más mejor del peligro aunque no
sé si lo que estoy haciendo sólo me acercará más.
Recorro como un relámpago el pequeño sendero que
hay al final del lago pero algo me
detiene en mitad. La maleza se agita y de repente, salen de ella tres chicos,
me quedo paralizado de la sorpresa.
Dos de ellos son los restantes del distrito 6, con
los que nos encontramos en la estación y el otro es, nada más ni nada menos,
que mi paisano Lenny. Rápidamente los dos del 6 me agarran y Lenny va a
ayudarlos, yo me defiendo con patadas salvajemente, cuando consigo soltarme,
uno de ellos se me sube encima y me inmoviliza en el suelo a la vez que me cae
una lluvia de puñetazos por parte de sus compañeros.
Suerte que consigo agarrar el cuchillo que colgaba
de mi cintura e impulsivamente le rebano el cuello, cae al suelo sangrando,
agarrándose la herida y aullando su
sufrimiento. Al minuto suena el cañón. Me incorporo a la velocidad de la
luz e intento huir pero el otro chico del distrito 6, mucho más corpulento,
me lo impide. Comenzamos una lucha
cuerpo a cuerpo, por un instante nos olvidamos de la eficiencia de nuestras
armas, agarro un peñusco del suelo y le golpeo en la cabeza, lo suficientemente
fuerte como para dejarlo desvalido y aplicar el proceso llevado a cabo con su
compañero.
Triunfante, avanzo rápidamente hacia mi destino
cuando noto algo muy pesado en mi espalda. Caigo al suelo atolondrado, y me
encuentro con los ojos ardientes en odio de Lenny sobre mi cabeza, aquel chico
ya no era el de antes, el que solía jugar
con los chiquillos mientras sus padres estaban en las minas o el que
regalaba piezas de caza a mi abuela cuando el
hambre nos invadía. Se había convertido o, mejor dicho lo habían
convertido en un monstruo.
Mee sujetaba con una fuerza extrema, no podía mover
un músculo y su cuchillo estaba a un ápice de mi cuello. Cada gota de sudor
frío que resbalaba de mi frente marcaba menos para el finar, podía oir el siseo
del arma, y el gélido acero cada vez lo sentía más sobre mi fina piel.
Cerré los ojos y esperé…