En el cielo comienza a proyectarse una imagen
difusa, el corazón me late deprisa y no puedo evitar sentir un temor agobiante
por la muerte de uno de mis compañeros, especialmente si la fallecida ha sido
Maysilee…
La imagen se muestra ya con suficiente claridad
mientras suenan los últimos acordes del himno, que finaliza con un terrible
estruendo y la imagen se desvanece.
En esos interminables segundos he podido visualizar
el retrato de un rostro infantil, de semblante alegre y de mirada pedida…
El decimoquinto tributo caído es Lucy, la pequeña
niña de doce años llena de vitalidad. Me siento culpable por no haberla
protegido como me pidió su madre el día de la cosecha, al fin y al cabo la
muerte de la chiquilla era inevitable y espero que no haya sido muy dolorosa.
En casa, la gente estará triste y a la vez rabiosa
por la pérdida tan injusta de una criatura tan joven, pero es lo que les espera
durante los días que dure este infierno camuflado bajo el nombre de “Los 50º
Juegos del Hambre”.
Poco a poco voy cayendo víctima del sueño, mi mente
está poblada de imágenes de mi abuela, de Kasia, de las verdes colinas del
distrito 12… y por una vez en mucho tiempo me siento como en casa.
Un aullido me despierta en los primeros destellos
del alba, intento incorporarme torpemente para ver de dónde ha venido el sonido
pero algo me falla, doy un traspié con tan mala fortuna que hace que la rama
cruja y me precipite hacia el suelo.
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