Cuando ya he repuesto fuerzas,
continúo mi camino hacia ningún lugar, con la esperanza de que haya algo mejor
que la muerte al final de todo este enorme estadio. Un sol reluciente brilla
esta mañana y pienso que tal vez sea la causa de que haya más animales fuera de
sus madrigueras a los que darle caza.
Busco un hueco seguro tras
algún arbusto, allí saco la bobina de cuerda, gran aparte ya ha sido agotada al
atarme en la copa de los árboles para
dormir. La parte restante solo me dará para un par de trampas pero depende de
lo que atrapa puede garantizar mi estómago lleno un tiempo más.
Desenrollo una parte y empiezo
a anudarla hasta dar lugar a una especie de compleja redecilla capaz de atrapar
desde algún pequeño roedor hasta una perdiz que ande despistada.
Realizo el mismo proceso con
el trozo restante y guardo las trampas en la mochila, a la espera de encontrar
un buen sitio para descansar y colocarlas pero no es la tranquilidad lo que se
respira en el ambiente precisamente.
Apenas doy unos pasos cuando
oigo un gran estruendo, a pesar de estar a un par de kilómetros sacude todo el
estadio y me hace que me tambalee, el cielo comienza a teñirse de nubes negras
de humo y gases contaminantes. En ese momento, recuerdo el bello monte que
había cerca de la Cornucopia, donde se instalaron gran parte de tributos, lleno
de plantas y armonía... ¡Quién iba a imaginar que era un volcán!
Corro para que los gases no me
atrapen y me subo a un pino muy alto desde el cual logro divisar la catástrofe
que los vigilantes acaban de provocar ya que es algo imposible para la
verdadera naturaleza.
Me acurruco en silencio y
espero a que la noche anuncie las víctimas del desastre, cada vez quedan menos
y cada vez estoy más cerca de la victoria aunque no lo note, la lucha ha
comenzado. Ahora sí, que comience el segundo vasallaje de los 25, ¡Felices 50
Juegos del Hambre!